Como la campirana flor que retoña en la pradera
y como el fresco rocío que nace de madrugada
cual si fuera viento que sopla en las montañas
y suave brisa que a los mares acompaña.
Así florece tu vientre cuando combinas el amor
con el milagro de la existencia,
y retoña de tu cuerpo el nuevo ser que agradecido nace
para convertirte en madre, en creadora, en vinculo de vida.
Y cuando ese hijo tuyo comienza a crecer y a balbucear
tu lo protejes y lo alimentas, y lo reprendes y lo bendices,
y rocías sobre el la cadencia invisible del amor de madre
lo enseñas a hablar y coloreas su vida con diferentes matices.
Dejas que crezca con libertad, pero a la vista de tu persona,
vigilando el vuelo que levanta con los aires de la juventud,
le permites conocer el mundo y le das tu escuela y tu consejo
y de repente sin darte cuenta es el reflejo de tu actitud.
Y cuando ha zarpado su barca para anclar en otro puerto
aumenta tu amor por el y tu pelo se encanece y tu familia aumenta,
y aunque te da nietos sangre de tu sangre, lo consideras mas por
la responsabilidad tan grande que tu misma ya pasaste.
El dolor de tu hijo taladra también tu corazón, y su risa
llena de gozo tu alma entera, con ese raro sentimiento
que te hace cómplice de sus acciones aunque no estés
de acuerdo, pero lo defenderás hasta la muerte.
Iras a la cárcel a visitarlo, o estarás con el en su mayor éxito,
no hay diferencia en el amor de madre cuando los hijos fallan
o cuando aciertan, por que estableces amarlo desde que nace
y antes de pensar en juzgarlo, lo vuelves a querer primero.
“Que te bendiga Dios”, es una frase muy común, pero tu ya estas
bendecida desde que engendraste, por que aunque estés sola
siempre encuentras la manera de sacar a tus hijos adelante
con tu coraje, con tu valor y con tu espíritu tan grandes como tu corazón,
tu corazón de MADRE.
Con todo mi cariño y gratitud a la mujer que mas amo:
Margarita de Lourdes Sánchez Mézquita.
Pedro Tapia. Mayo/2006
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